Comencé formalmente mi trabajo en el ámbito educativo poco antes de que acabara el siglo XX. Unos meses antes me había graduado de la carrera de comunicación y, buscando explorar el territorio de la docencia, estaba empezando a estudiar un diplomado en pedagogía. Desde entonces, a lo largo de más de dos décadas, he leído y escuchado incontables razones por las cuales es necesario transformar las prácticas educativas. Dejando de lado las argumentaciones que solo buscan vender materiales, “métodos” o plataformas educativas, rescato a través de esos más de veinte años numerosas explicaciones sólidas sobre la necesidad de renovar la manera en que abordamos la educación en las escuelas. Para mí, la razón más poderosa está en los muchos problemas que, lejos de resolver, se han agudizado en el mundo a lo largo de este siglo: la creciente desigualdad, la aguda crisis ambiental y la combinación de intolerancia y violencia que se vive en diversos contextos, me parece razones suficientes para reconocer que algo no ha ido del todo bien en la manera en que estamos educando. Por ello, hace tiempo que defiendo que otra educación no solo es posible, sino necesaria. Por supuesto que no soy el único que lo piensa. Numerosas experiencias en el mundo demuestran que hay alternativas. Y la crisis sanitaria que hoy estamos atravesando nos da una oportunidad invaluable para reflexionar sobre ello y repensar nuestras escuelas más allá de la emergencia.
Desde ese marco me propuse el ciclo Conversaciones para el futuro: Soñar y construir una nueva escuela. En el nombre de la iniciativa hago un guiño-homenaje al título de un libro que me ha inspirado enormemente desde hace algunos años: Crear hoy la escuela del mañana, escrito por Richard Gerver en 2010 (publicado en español por SM en 2012).
La idea de renovar el paradigma de la escuela industrial lleva décadas en el discurso. Como todo debate, no ha estado exento de controversias, pero lo cierto es que existe en el medio un relativo consenso en torno a la necesidad de apostar por una educación más relevante, que impulse el desarrollo de las personas. En la práctica, no obstante, las transformaciones han sido marginales. Muchos factores, por supuesto, entran en juego, pero quizá los mayores obstáculos provienen de los arraigados marcos mentales de muchos líderes de instituciones que se resisten a los cambios profundos.
Tuve la fortuna de conocer a Xavier Aragay poco después de que se conociera en el mundo la experiencia renovadora de Horizonte 2020, impulsada desde Jesuitas Educación en Cataluña. Después, en 2017, Xavier publicó un libro que a muchos nos ha ayudado a aterrizar en los hechos nuestros anhelos de transformación: Reimaginando la educación (Paidós). Como advierte el subtítulo, el libro propone 21 claves para transformar las escuelas.
Por eso me pareció que Xavier era la persona indicada para abrir este ciclo de conversaciones. Del encuentro que sostuvimos hace unos días, retomo algunas ideas que me parecen de enorme valor en este momento de oportunidad para renovar nuestras miradas y la visión de nuestras instituciones, públicas y privadas, desde educación inicial hasta educación superior.
Un punto de partida: si bien es necesario atender lo contingente, hoy resulta fundamental pensar en lo que vendrá después, pensar en la oportunidad que nos brinda esta crisis para revisar y transformar algunos de nuestros marcos mentales.
Xavier observa que estamos a la puerta de una década que traerá transformaciones profundas en la educación: “La niebla del coronavirus nos está tapando el darnos cuenta que estamos entrando en una década que va a significar para la educación una década prodigiosa.” Estamos ante un momento de “tormenta perfecta” que debemos comprender y aprovechar.
En medio de la tormenta, aunque parezca difícil, hoy necesitamos detenernos si queremos visualizar cómo es la escuela que queremos. Se abren ventanas, oportunidades que antes de la emergencia no eran tan claras. “¿Qué tipo de educación queremos anticipar?”, pregunta Xavier: “Si no lo empezamos a anticipar ahora, no lograremos hacer algo distinto.”
Es por eso que “necesitamos dedicar tiempo y energía a anticipar la escuela que queremos”. Claro que hay quienes, ante el vértigo, anhelan que pase la crisis para volver a algo similar a lo que teníamos antes de la emergencia sanitaria, perdiendo de vista que el cambio será inevitable. Xavier lo formula con una pregunta que me parece central: “¿Vamos a cambiar porque fuerzas exógenas nos van a obligar a ello o vamos a liderar nosotros el cambio?”
La crisis que ya arrastrábamos en el campo educativo se ha acelerado con la crisis sanitaria, por supuesto. En estos meses muchos estudiantes han experimentado nuevas formas de autonomía en sus procesos de aprendizaje, aparecen nuevas exigencias de las familias y las expectativas sociales con respecto a la educación se modifican. ¿Desde dónde daremos respuesta a ello? Asumirnos como verdaderos educadores significa reconocernos como agentes de cambio, no como entes que reaccionan sumisamente ante las demandas del entorno.
Xavier y yo coincidimos con quienes nos acompañaron en la importancia de ubicar a las personas en el centro de nuestra transformación. No se trata de restar valor al trabajo académico y el cultivo de conocimientos, sino de rescatar la centralidad del desarrollo humano como eje de la formación. Como señalaba Xavier en el encuentro, algo debería cuestionarnos observar que tantas personas acumulan 20 años de formación académica pero no saben quiénes son, no saben qué es lo que desean, no se conocen.
Naturalmente, el cambio no es sencillo. Entre los enemigos que enfrentamos, con frecuencia aparece la idea de que es imposible cambiar si no es desde arriba, es decir, si el cambio no viene impulsado por una legislación o por una autoridad nacional. Muchas experiencias en el mundo demuestran que esto no es así: Xavier lo ilustra en la charla con el caso de Barcelona, donde es posible encontrar en un mismo barrio escuelas públicas y privadas que impulsan transformaciones profundas, mientras otras en condiciones similares argumentan que la normatividad les impide cambiar. “Hay que convencernos de que tenemos margen”, nos recuerda Xavier. Desde mi experiencia, propuse pensar en la lógica del hackeo ético: en el sector informático, se usa este término para referirse a la actividad de quienes son contratados para encontrar en un sistema los fallos que será necesario corregir; de manera similar, considero que las escuelas podemos encontrar en la dinámica y la normatividad educativa, aquellas grietas a través de las cuales es posible generar cambios que impacten en la transformación del sistema mismo.
El segundo enemigo frecuente aparece cuando pensamos que nosotros ya hemos hecho los cambios necesarios. Aquí el problema es que confundimos nuestras pequeñas innovaciones con transformaciones auténticas. Xavier propone preguntarnos si nuestras innovaciones son solo adecuaciones o si realmente conducen a cambios profundos. En las experiencias que conocemos hemos observado que si no se plantea la transformación de la escuela de forma integral, las innovaciones a nivel aula quedan cortas e incluso pueden saturar la vida de la escuela si ésta no asume de forma integral una mirada amplia. Hay elementos estructurales como la cultura, el organigrama, el espacio o el concepto mismo de escuela, que se convierten en límites para las pequeñas innovaciones impulsadas a nivel de aula.
Uno de los temas que retomamos en el diálogo con los participantes, fue el relativo a la necesidad de hacer una pausa. Ciertamente el contexto de crisis nos obliga a atender aspectos contingentes, pero eso no debe impedir que dediquemos tiempo a visualizar la escuela que deseamos más allá de la emergencia. A veces pasamos muy deprisa el proceso de visualizar y queremos llegar directo al cómo. Sin embargo, “trabajando a fondo el qué”, nos dice Xavier, “se clarifican habitualmente los cómos”. El cambio que buscamos no es técnico, no está en la introducción de tecnologías o de ciertas metodologías. “Seguramente implica cambios técnicos”, observa Xavier, “pero es sobre todo un cambio de mirada”. Y los cambios de mirada se fortalecen con una coalición para el cambio que involucre a los actores dentro y fuera de la institución.
En la recta final de la conversación, Xavier propuso un planteamiento fuerte pero necesario: en un año, cuando se haya superado el actual estatus de emergencia, en ausencia de cualquier otra mirada, corremos el riesgo de volver a lo que teníamos. ¿Es eso lo que queremos? Si al salir de la crisis retrocedemos a refugiarnos en la aparente comodidad de lo que hacíamos antes, luego tardaremos más en recuperarnos. Eso sin contar que, además, vendrán los factores exógenos a intentar conducirnos a actuar de tal o cual manera. ¿Queremos eso? ¿O estamos dispuestos a arriesgarnos para anticipar y liderar el cambio?
Como complemento, comparto algunas ligas relacionadas que pueden interesarte:
Del blog de Xavier Aragay, una entrada publicada esta semana sobre la experiencia en los Círculos Riedusis y el valor de parar y compartir para liderar en momentos de crisis.
Del mismo blog, un texto escrito por Lluís Tarín y Xavier sobre la necesidad de distinguir entre modernizar y transformar la educación.
De mi propio blog, te dejo un texto en el que hace un par de meses propuse algunas reflexiones a propósito del valor de la pausa para reconectar y transformar.
Te dejo también la página de Reimagine Education Lab si deseas conocer un poco más sobre su propuesta y metodología para la transformación profunda y el acompañamiento de instituciones educativas.
Por supuesto, comparto aquí la grabación de la transmisión del diálogo con Xavier, deseando consigamos detonar mundos posibles.
Muchas gracias Ernesto, un buen resumen ¡!
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