“Es importante que la pedagogía no se encuentre prisionera de grandes o demasiadas certezas. Es necesario que esté dispuesta a darse cuenta de la relatividad de su poder, de las enormes dificultades que existen para traducir en la práctica los ideales.”
Loris Malaguzzi
Mi primer contacto con la mirada de Malaguzzi se dio en los albores del siglo XXI. En concreto, durante la celebración del seminario “Atravesando fronteras” en Reggio Emilia, a inicios de 2004. Durante aquellos días experimenté una de mis grandes epifanías pedagógicas. Yo trabajaba entonces con adolescentes de secundaria y bachillerato en el Centro Escolar Lancaster, al norte de la Ciudad de México, escuela que nos patrocinó aquel viaje a cuatro personas del equipo directivo para conocer lo que se llamaba ya en el mundo de la educación infantil como el “enfoque Reggio Emilia” en educación infantil. No pretendo extenderme aquí en un relato autobiográfico que ya empieza a sonar a memorias.
Traigo esta anécdota a cuento porque la revelación que experimenté en aquellos días ha empezado a latir con mucha fuerza en mis reflexiones y exploraciones de los últimos dos años. Y ha resultado medular en la construcción de un proyecto que comencé a gestar hace algunos meses y que en días próximos finalmente verá la luz.
A lo largo de casi un cuarto de siglo trabajando en el campo educativo, he tenido la fortuna de vivir un fascinante cúmulo de experiencias. Creo que desde el primer día que me enfrenté en las aulas con un grupo de adolescentes, hasta hoy, nunca he dejado de cuestionarme sobre lo que he estado haciendo. Con más frecuencia de la que quizá muchos imaginan, me he sentido profundamente confundido.
Recuerdo uno de los consejos que recibí del director de la pequeña secundaria al sur de la Ciudad de México donde tuve mi primera oportunidad como docente: “No te preocupes, Ernesto. Quizá eches a perder a uno que otro muchacho, pero irás aprendiendo”. Seguramente mis temores eran más que evidentes. Yo era el clásico profesor que llegaba a impartir clases con nula formación pedagógica, respaldado solo por un título de Comunicación que me autorizaba a dar clases de Español. “Los errores de los médicos terminan en los panteones, los errores de los abogados acaban en la cárcel, pero los errores de los pedagogos andan por ahí, circulando en todas partes”, nos dijo una vez el Dr. Héctor Lerma cuando, meses después, entré a estudiar la maestría en Pedagogía en un intento por compensar mi ignorancia y mi torpeza.
Ya estoy otra vez con las memorias. Vuelvo ahora a lo que tenía en mente cuando empecé a escribir estas líneas.
Hacia finales de 2020, después de 12 años de inmensas satisfacciones liderando el proyecto educativo de Colegio Monclair en León, Guanajuato, diversas circunstancias me condujeron a hacer una pausa profesional. En la primavera de 2021 fui retomando gradualmente el ritmo a través de formaciones y asesorías con docentes, equipos directivos e instituciones educativas; al mismo tiempo recuperé numerosas lecturas pendientes y agregué muchas más al anaquel de libros por leer. Retomé también la escritura y paulatinamente empecé a publicar reflexiones en este blog.
Las preguntas, las dudas y confusiones de toda la vida, han seguido presentes, por supuesto. Pero mis encuentros de estos meses con personas e instituciones en diferentes circunstancias y contextos, en un tenso marco de crisis y polarización frente a casi cualquier tema, han ido alimentando también una peculiar mezcla de indignación y esperanza, una combinación de impulso hacia el diálogo reflexivo con una creciente dosis de beligerancia para defender la construcción de una sociedad donde nadie quede atrás.
Así, en medio de estas exploraciones, hace unos meses comencé a gestar la idea de formalizar un proyecto que me ayudara a articular mis interrogantes e incertidumbres con la esperanza de la utopía crítica. Un proyecto que me permitiera acompañar a otras personas en su reflexión y, sobre todo, en el paso a la acción para impulsar acciones educativas y transformaciones institucionales centradas en las personas.
“La pedagogía implica elecciones, y elegir no significa decidir lo que es correcto en comparación a lo que está equivocado. Elegir implica tener el valor de la duda, de la incertidumbre; es participar en algo de lo cual se asume la responsabilidad”
Carla Rinaldi
En aquella lejana visita a Reggio Emilia escuché por primera vez a Carla Rinaldi. Me cautivaron su lucidez y su contundencia para explorar el campo de la educación con un inusual balance entre claridad, rigor y humildad intelectual. De vez en cuando vuelvo a alguno de sus artículos y me enamoro nuevamente de esa mirada que, si bien se centra en la experiencia de la educación inicial, nos ilumina indudablemente frente a cualquier ámbito en donde encuentre cabida la pedagogía.
Busco acercarme a una posición humilde semejante para impulsar la iniciativa que estaremos presentando oficialmente en los próximos días. He optado por calificar a este proyecto como un atelier pedagógico: un lugar para la creación y la experimentación, para la construcción a través del diálogo y la reflexión sobre la experiencia. Queremos ser un espacio que impulse cambios a través de la educación, conscientes de que esta no puede ser responsable de todo, pero sí apostando por su poder para incidir de manera profunda y significativa en las vidas de las personas, en las relaciones entre esas vidas y en la conexión con el entorno natural y social que habitan.
Acudí a una ex-compañera de trabajo para contarle la idea y pedirle apoyo en el proceso de encontrar un nombre. Cuando nos presentó la propuesta tuve claro que había dado en el clavo. Esa intuición inicial se fue convirtiendo en convicción y se reafirmó unas semanas después cuando compartí un adelanto de nuestro proyecto con Imma Marín, uno de mis referentes e inspiraciones más grandes en los años recientes. Le conté a Imma que pronto empezaríamos a publicar contenidos preliminares en redes sociales y le escribí el nombre elegido. Me respondió con un mensaje que casi podríamos convertir en lema del proyecto y que describe lo que para mí significa ese nombre: “Ni dentro, ni fuera. Simplemente SINCAJA”.
Mientras trabajábamos en afinar la ruta para poner en marcha el proyecto, se dio la conjunción de una serie de inspiradores reencuentros ―algunos completamente inesperados― con personas a quienes admiro y con quienes he tenido oportunidad de colaborar en distintos momentos de mi vida. Distintas personalidades, pero con claros elementos en común, como un genuino interés por mirar más allá de lo ordinario, un claro impulso para ir más allá de las convenciones, un profundo dolor frente a situaciones que profundizan el egoísmo, la desigualdad entre las personas y el desprecio hacia la naturaleza, así como un firme interés para explorar otras posibilidades frente a todo ello.
Llevo poco más de mil palabras en este texto y tengo claro que no he contado con claridad qué es esto de SINCAJA.
No adelanto más: dejo la invitación para quienes quieran acompañarnos al lanzamiento oficial el jueves 28 de abril. Haremos una sesión cerrada a través de Zoom donde presentaremos al equipo completo y contaremos qué buscamos y cómo proponemos trabajar.
Si no tienes oportunidad de conectarte a esta sesión, podrás explorar nuestra página web a partir del 29 de abril. Y, claro, desde ya puedes también seguirnos la pista como @sincajamx en LinkedIn, Twitter, Instagram y Facebook.
¿Te unes a nuestra travesía?
“Ni dentro, ni fuera”, con incertidumbre, pero no a ciegas, con herramientas, más que productos, hoy la pedagogía se nutre de la necesidad, de la urgencia por algo mejor.
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