Muchas personas me miraban con escepticismo cuando hace unos meses les planteaba que este inicio de curso en México sería el más desafiante del que tuviéramos memoria. “¿Más que hace un año?”, me preguntaban con cierta ingenuidad quienes se entusiasmaban con la posibilidad de volver a las aulas.
A dos semanas del inicio oficial del ciclo en educación básica ―y un poco más en algunos subsistemas de media superior― hago un primer balance basado en conversaciones con docentes, directivas y algunas familias en diferentes ciudades del país. En términos generales, una cosa es clara: nos hicieron mucho daño estos dieciocho meses de educación remota de emergencia. No me refiero a aprendizajes curriculares concretos ―que seguro en ello también el déficit es considerable― sino en general, pensando en los muchos retrocesos que son visibles ya en un sistema educativo que desde hace tiempo avanzaba de forma bastante irregular.
Entre las muchas causas de estos retrocesos, una estaba en nuestras manos y la dejamos ir: el país no se preparó para un retorno gradual a la presencialidad, como muchos suplicábamos desde el verano de 2020. Más allá de lo que declaren los funcionarios de alto nivel, lo cierto es que se apostó al paso del tiempo. El resultado hoy es evidente para casi cualquiera: desconcierto y caos entre docentes; expectativas confusas en las familias, con poco sustento en la realidad, producto de una ignorancia de la cual todas las personas en el sector educativo somos en cierta medida responsables.
El desastre al que con alegría, temor, esperanza y confusión se están enfrentando hoy millones de niñas, niños y adolescentes, era previsible. Sí, todo. Pero se hizo poco. ¿Qué sentido tenía dejar pasar un año y medio con escuelas cerradas si en ese lapso no se iban a estudiar las experiencias de tantos países que fueron volviendo a las aulas desde mediados de 2020? Desperdiciamos un año de experiencias documentadas con menor o mayor claridad en diferentes contextos sociales, económicos, demográficos… Por supuesto que hubo quienes se dieron a la tarea de buscar testimonios y reflexionar sobre ellos, pero en términos generales dichos análisis se dieron en solitario, con poca articulación y escasa deliberación pública. Y es que hasta antes de mayo pasado, hablar de un regreso a las aulas ―aun sin ponerle fecha― era visto como atentado contra la salud pública o una invitación a lanzarnos al matadero pandémico.
La autoridad carga con buena parte de la responsabilidad, por supuesto, ya que le correspondía marcar la ruta y establecer ciertos parámetros y pautas normativas. Pero también había posibilidades de actuar a nivel de cada escuela, un nivel que en esta pandemia ganó mucha autonomía de facto. En el nivel de escuela, equipo docente, siempre ha sido posible anticipar y actuar cuando se conjugan visión y liderazgo.
Así, como país y como escuelas tuvimos tiempo para diseñar estrategias y planear su implementación; tiempo para preparar a las comunidades escolares, aprendiendo de los aciertos y errores de escuelas en todo el mundo; tiempo para socializar reflexiones y propuestas con las familias, ayudándoles a comprender mejor cómo es que aprenden sus hijas e hijos. Tiempo que, en general, no se supo aprovechar.
Hoy, a dos semanas del inicio de curso, observo importantes diferencias entre quienes se dieron la oportunidad de planear desde hace meses y quienes optaron por esperar a agosto o a que la autoridad marcara líneas. Hoy nadie la tiene fácil, nadie encontró soluciones perfectas, en todas partes se hacen ajustes; incluso quienes con un poco más de visión se anticiparon hoy enfrentan dificultades por la complejidad del asunto, pero sin duda hay diferencias claras en la forma de decidir y comunicar cuando se tiene trabajo previo, así como en la capacidad de reaccionar frente a los imponderables que el contexto nos lanza.
Entre marzo y abril impartí mis primeros talleres sobre la necesidad de anticipar el diseño pedagógico y operativo más adecuado para la reapertura de escuelas. Muchas personas me decían que no era el momento. En aquellas sesiones planteaba yo tres tentaciones peligrosas: (1) esperar a que todo esto pasara, (2) esperar a que alguien nos “rescatara” con soluciones mágicas o lineamientos precisos o (3) reaccionar en respuesta a las presiones de agentes externos (familias, editoriales, vendedores de tecnología). Advertíamos en aquellos talleres que nadie nos daría la respuesta absoluta o una pauta pedagógica concreta; visualizábamos que los lineamientos, cuando llegaran, dejarían poco tiempo para planificar y por tanto era necesario anticipar todo cuanto fuera posible.
¿Qué hicimos desde entonces? Autoridades, personas dedicadas a la investigación en las universidades, equipos directivos y docentes en las escuelas, ¿qué hicieron desde entonces para comprender de la mejor forma posible el momento que venía y visualizar aquello que sería necesario explicar a la comunidad?
La mayoría, decidió esperar.
El asunto de lo “híbrido”
Una de las cosas que hoy estamos pagando más caro deriva de una sencilla palabra: híbrido. El uso a la ligera de este adjetivo y la falta de una propuesta o definición operativa por parte de las autoridades, generaron que cada quien llevara el agua a su molino. Entre las muchas interpretaciones posibles de un término con una difusa tradición en la jerga pedagógica, terminó imponiéndose lo que algunas empresas tecnológicas y universidades montaron como aulas híbridas diseñadas para atender simultáneamente a estudiantes de forma presencial y remota.
En los talleres de primavera que he mencionado, dediqué tiempo a explorar este asunto de lo híbrido con quienes me acompañaron. Conscientes de que el presente desafiaba cualquier definición previa sobre modalidades de aprendizaje similares (mixto, híbrido, combinado…), a finales del ciclo escolar pasado compartí esto en mis redes sociales:
Las personas comprometidas con la educación tenemos obligación de explicar que un modelo híbrido no es sinónimo de simultaneidad entre lo presencial y lo remoto. El camino de aula híbrida es solo una vía y no necesariamente la mejor cuando se busca poner a las personas al centro, sobre todo en ciertas etapas del desarrollo.
Tomarnos todo el tiempo necesario para explicar el alcance de lo híbrido, mixto o semipresencial, es urgente para no reforzar ideas antipedagógicas que, además de fomentar desigualdades, pueden favorecer modelos ricos en tecnología pero pobres en experiencias de aprendizaje.
Me detengo en dos aspectos que apuntaba en el último párrafo. El asunto de las desigualdades es fundamental en un país como México cuando se apuesta por modalidades que exigen una robusta infraestructura tecnológica; para funcionar medianamente bien, la simultaneidad de las aulas híbridas requiere recursos tecnológicos sofisticados, lo cual limita el posible alcance de esa experiencia a un reducido porcentaje de escuelas y familias.
Pero incluso si esos recursos estuvieran al alcance de todos, se enfrenta lo que algunos consideramos una naturaleza antipedagógica en esta modalidad concurrente, al menos en la educación básica. La idea de aula híbrida, si se examina con seriedad, responde a la combinación de una cuestionable necesidad de videovigilancia por parte de las familias y una anquilosada idea de enseñanza basada en la transmisión a través de la exposición del docente. Si bien es posible lograr experiencias de modalidades concurrentes con mayores alcances, en general se trata de una propuesta que dificulta enormemente el desarrollo de autonomía y cooperación en quienes aprenden.
Reconociendo que el tema es debatible, me parece que detrás de muchos actos de defensa de las clases híbridas simultáneas en las que se atiende a estudiantes en el aula y en casa, subyace una peligrosa ignorancia sobre la manera en que aprendemos mejor. A la luz de diversas experiencias, considero que solamente con recursos tecnológicos muy potentes y con estudiantes de ciertas edades puede generarse en este tipo de modalidades una experiencia de interacción valiosa para el aprendizaje. Pese a ello, es claro que a nivel sistema en esta discusión terminó ganando el discurso de proveedores de tecnología con la falsa idea de hibridez como sinónimo de simultaneidad entre lo remoto y lo presencial.
En el marco de este debate, que sin duda sigue abierto, es importante destacar que el desafío más importante que han enfrentado las escuelas mexicanas, la variable que ha impuesto mayores restricciones, es la voluntariedad de las familias para enviar a sus hijos a la escuela. Se trata del aspecto más difícil de aterrizar en estrategias viables; solamente las escuelas que disponen de elevados recursos económicos, humanos y técnicos tienen forma de librar esta variable con acciones que conjuguen un alto valor pedagógico con un alto nivel de satisfacción de las familias. Dejando de lado esas excepciones, la mayoría de las escuelas, de sostenimiento público y privado, se han jugado en esa sola variable una enorme cantidad de energía y estrés, sin importar el porcentaje de familias que hayan optado por permanecer a distancia. En muchas escuelas de sostenimiento público, ante la falta de recursos, se ha optado por reducir las alternativas de atención a distancia a la programación de Aprende en Casa por televisión, mientras los equipo docentes atienden a quienes asisten presencialmente.
Las presiones derivadas de la voluntariedad, la frustración de muchas familias y la dificultad de las escuelas para explicar las limitaciones del trabajo con aulas híbridas, han orillado a un creciente número de escuelas a optar por esa vía de un día para otro; muchos de los ajustes de estas primeras semanas en diversas escuelas, sobre todo de sostenimiento privado, han buscado ampliar el número de horas de atención remota sincrónica apoyadas en soluciones tecnológicas de diferentes magnitudes y alcances, desde las más “caseras” hasta inversiones robustas que en el corto plazo resultarán obsoletas. Si estas implementaciones ayudan a reducir por un rato la confrontación entre escuela y familia, que sirvan para eso, pues; pero no tardemos en visibilizar su corto alcance y en impulsar actualizaciones que coloquen el desarrollo y el aprendizaje del alumnado en el centro.
Todavía podemos actuar
La crisis sanitaria sacudió intensamente el tablero del sistema educativo, generando condiciones irrepetibles que invitan a repensar el papel de la escuela. Recientemente publiqué aquí mismo un texto donde planteo que esta oportunidad de transformación parece diluirse. Sigo pensando que se nos escapa, pero conservo la convicción de que no todo está perdido y podemos reaccionar. Quizá no a gran escala, pero sí podemos abrir grietas desde escuelas y universidades para estimular otras miradas y generar cambios.
Tenemos una oportunidad poderosa para explicar a familias y estudiantes, a la sociedad toda, cómo se aprende mejor; tenemos una oportunidad importante para dialogar sobre el para qué de nuestras escuelas, repensar los fines de la educación y dar un nuevo sentido a la presencialidad, enriquecida con las posibilidades de lo digital. Tenemos, pues, una oportunidad para cambiar no solo una visión limitada de lo híbrido, sino para transformar a las escuelas hacia adelante.
Durante el mes de agosto tuve la oportunidad de impartir diversos talleres y formaciones con docentes y equipos directivos, presencialmente y en línea, con escuelas de la ciudad donde vivo y con docentes en diferentes rincones del país. Estos espacios me llenaron de fortaleza y avivaron dentro de mí algunas esperanzas. En algunos de estos talleres exploramos la conexión con nuestra vocación; trabajamos en la reconexión con nosotras mismas como personas dedicadas a la educación, con nuestros equipos y con el proyecto de nuestras escuelas; exploramos la importancia de atender esa misma conexión con nuestros grupos de estudiantes y confirmamos la necesidad de dedicar tiempo y energía a nuestra dimensión interior y a los vínculos con las demás personas.
En relación con los aprendizajes esperados de las diferentes etapas o niveles educativos, los cursos que impartí me ayudaron a confirmar la importancia de revalorar la escuela creando experiencias de aprendizaje memorables y rigurosas. Conscientes de que el diseño de proyectos para el aprendizaje no es tarea fácil, las personas que se sumaron a estos cursos confirmaron que es un esfuerzo que merece la pena y que puede abrirnos nuevas oportunidades en las diferentes modalidades en que estamos iniciando este año escolar.
El camino es largo. El inicio ha confirmado que el reto es muy grande. En unos cuantos días nos hemos enfrentado a una enorme carga de tensiones. Resumiendo el momento que estamos viviendo, diría que hoy tenemos el desafío de repensar la manera en que habitamos nuestras escuelas. Para ello, se requiere una convicción educadora firme, pero también es preciso echar mano de algunas habilidades que la pandemia nos recuerda constantemente: flexibilidad y apertura para explorar nuestras prácticas desde miradas distintas, empatía para construir en colaboración a pesar de las diferencias; disposición y serenidad para abrazar la incertidumbre.
Sumando a este ejercicio de repensar la escuela, comparto algunas ligas e invitaciones.
Por un lado, te invito a leer El futuro es ahora, una serie de cuatro textos publicados por Xavier Aragay en su blog, donde ofrece valiosas lecturas y reflexiones en torno a esta posibilidad de construir el futuro que tenemos en las manos.
En el marco del regreso a las aulas y el reencuentro presencial de estudiantes y docentes, recientemente inicié un nuevo ciclo de conversaciones para repensar la educación a la luz de la pandemia. En la primera charla, Escuela, cuerpo y movimiento, me acompañaron Lucía Serra y Majo Pérez-Castro, mujeres con una amplia experiencia en el trabajo con la dimensión corporal desde diferentes perspectivas.
Compartiendo experiencias y miradas sobre las posibilidades y retos que trae este ciclo escolar, hace unas semanas tuve la oportunidad de moderar un panel de expertos organizado por la Confederación Nacional de Escuelas Particulares en el marco de su asamblea general. La conversación en la que participaron el Dr. Luis Medina Gual, el Dr. Giampiero Aquila y el Mtro. Víctor Hugo Alférez está disponible aquí.
Como parte de este llamado a repensar la forma en que habitamos la escuela y la manera en que diseñamos experiencias de aprendizaje memorables, estoy impulsando dos cursos en línea. El programa Cuerpo, juego y aprendizaje consiste en una propuesta de 3 sesiones donde exploraremos el valor de la actitud lúdica y la comprensión somática para el desarrollo y el aprendizaje en nuestras aulas. En cuanto al curso Proyectos de Aprendizaje con Educación Imaginativa, se trata ya de nuestro tercer grupo, lo cual me tiene muy entusiasmado.

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