
En unos días comenzará el ciclo escolar más desafiante en la historia reciente de México. Después de un año y medio de cierre (casi) general de los planteles de educación básica, millones de niñas, niños y adolescentes de este país tendrán la oportunidad de volver a las aulas. Oficialmente México era uno de los pocos países donde ese regreso estaba pendiente y, lamentablemente, en este largo periodo el sector educativo no logró la sinergia adecuada para, aún con las escuelas cerradas, trabajar de forma seria y transparente en el diseño de políticas públicas que permitieran un regreso ordenado y estratégicamente diseñado considerando tanto el ámbito sanitario como la dimensión formativa ―pedagógica y socioemocional―. México tomó distancia del mundo y no supo aprovechar con seriedad la experiencia de decenas de países de diversos tamaños y niveles de desarrollo económico que fueron abriendo sus escuelas desde el otoño de 2020, incluso antes de que iniciara la vacunación de sus poblaciones.
Mucho se ha dicho, escrito y discutido en semanas recientes sobre este tema. No tiene sentido abonar más a ello. Lo cierto es que mientras escribo estas líneas, millones de docentes en México analizan la forma en que habrán de recibir a sus estudiantes. ¿Cómo organizar sus jornadas? ¿Cómo trabajar, cómo identificar los aprendizajes alcanzados, cómo recuperar los más urgentes y cómo impulsar nuevos propósitos? Las autoridades federales y estatales generan algunas orientaciones de forma un tanto precipitada, los socializan torpemente en muchos casos y el personal docente, la primera línea, no tiene claro por dónde comenzar, entre ansiedad, presiones, estrés, temores, ilusión, esperanza…
Algunas escuelas y equipos venían preparándose desde hace tiempo, conscientes de que no podían esperar que alguien vendría a darles la solución ideal. Quienes esperaban soluciones mágicas o manuales y protocolos que les dieran el paso a paso, se han dado cuenta que esa fantasía era producto de una mezcla de ceguera e ingenuidad. Y ahora se preguntan, ¿qué haremos?
Por supuesto ni yo ni nadie tenemos la respuesta absoluta, aunque algunos grupos editoriales, empresas de tecnología, autoridades educativas y “expertos” asesores aseguren poseerla y nos animen diciendo que es cuestión de voluntad ―y, ¿por qué no?, de recursos―. Aunque no tengo las respuestas a todo, sí creo que puedo aportar elementos para la reflexión y la planeación de los equipos, asumiendo que el primer paso es hacer un alto en medio de esta vorágine y darse el tiempo más allá de las exigencias y presiones de autoridades que ven en este regreso una estrategia para alcanzar indicadores y no como una oportunidad real para fortalecer el desarrollo de nuestras niñas, niños y adolescentes. Con la esperanza de abonar algo, comparto aquí algunas líneas que pueden ser de interés para equipos directivos y docentes en este momento crucial.
A inicios de julio, representantes del controvertido movimiento #AbreMiEscuela me invitaron a dar una charla en sus redes sociales sobre las cuestiones que podría implicar un retorno “híbrido” a las aulas. Más allá de las polémicas que se han generado en torno a ese movimiento, sobre todo en algunas entidades, me pareció una oportunidad valiosa para tratar de aportar reflexiones y elementos prácticos para la planeación de las escuelas, especialmente en momentos en que se anticipaba una reapertura pero no se definían criterios ni pautas de organización para las escuelas. Me interesaba sobre todo ofrecer ideas para escuelas de sostenimiento público cuyos equipos directivos se cuestionaban cómo podrían atender en una modalidad que para muchas personas parecía implicar enormes inversiones en tecnología.
El uso frecuente del término “educación híbrida” causó enormes confusiones, ya que se trata de un concepto nacido en un entorno muy diferente al actual y, por tanto, insuficiente para describir las necesidades que se enfrentarían en la educación básica, particularmente. La iniciativa de algunas universidades de sostenimiento particular que invirtieron en vistosas aulas con cámaras y pantallas que permiten el trabajo simultáneo con estudiantes de forma presencial y a distancia, así como la aguerrida estrategia comercial de ciertos proveedores de servicios digitales, crearon pronto la idea de que una estrategia híbrida implicaba necesariamente esa concurrencia. Una estrategia así resultaba imposible a nivel tecnológico para más del 90% de las escuelas de educación básica en México y, al mismo tiempo, un sinsentido desde la perspectiva pedagógica. Unas cuantas autoridades, discretamente, se dieron cuenta de que era conveniente hablar de una modalidad mixta o combinada, para contrarrestar la idea de simultaneidad que se generaba con aquello de la hibridez. Pero la confusión estaba sembrada y la ausencia de definiciones operativas desde la autoridad, para facilitar en algo la gestión de las escuelas, poco ha abonado al tema.
(Un paréntesis. Sobre el tema de lo “híbrido”, recomiendo como entrada para comprender la complejidad del asunto este breve hilo en Twitter de la Dra. Irma Villalpando que ayuda a poner el dedo en la llaga. Agrego algunas recomendaciones al respecto: (1) Este artículo de Lorenzo García Aretio analizando experiencias de educación básica a distancia antes, durante y después del confinamiento en España; (2) este texto [en inglés] donde Catlin Tucker comparte algunas alternativas de aprendizaje combinado con una mirada razonable y con posibilidades de aplicación en diversos contextos; (3) un reporte elaborado por UNESCO a partir de las experiencias de diversos países entre marzo y noviembre de 2020, donde se propone una noción de lo híbrido bastante razonable, distinguiendo fórmulas o modalidades y analizando algunas de sus implicaciones y proponiendo aspectos de gestión más allá de lo didáctico).
En las últimas semanas se han ido publicando diversos documentos, materiales y guías para el retorno a las aulas; en algunas entidades se han gestionado webinars para “formar” a los docentes, pero poco se aporta en todas esas páginas y horas de transmisión a la orientación real de las escuelas para organizarse. Confundidas y temerosas, con la presión del calendario y de familias que anhelan respuestas y el imperativo de volver, con la ansiedad que provoca la tercera ola… las escuelas están a punto de comenzar.
Aunque la charla que di con #AbreMiEscuela se diseñó para el hasta cierto punto lejano contexto de hace siete semanas, creo que puede servir a quienes busquen algunas pautas para repensar su modelo de organización mixta o combinada, alternando agrupaciones y días de atención, con diferentes contextos tecnológicos y económicos.
Durante la transmisión, se formularon muchas preguntas interesantes en la publicación de Facebook. Por tiempo era imposible atenderlas todas en vivo, pero las fui respondiendo por escrito. Recupero aquí algunas de esas interrogantes pensando que puedan ser de interés en este momento de toma de decisiones en nuestras escuelas. (Los cuestionamientos que siguen van sobre temas pedagógicos. Para el tema sanitario, uno de los artículos que recomiendo revisar es el publicado hace unas semanas en el blog de educación de la revista nexos: “Un regreso seguro a clases es posible”.)
P: Si la autoridad educativa y la de salud son las que definirán el cómo será el regreso presencial híbrido, ¿qué sugieres para no detenernos en nuestra planeación estratégica pedagógica y operativa y construir hacia adelante sin que la autoridad después nos cambie la estrategia?
R: Complementando lo que dije en la transmisión: creo que ni la autoridad sanitaria ni la autoridad educativa darán lineamientos pedagógicos específicos que sean restrictivos o inflexibles. No puedo asegurar el futuro, pero casi puedo afirmar que sucederá como en la experiencia a distancia: habrá marcos muy generales y las soluciones deberán diseñarse a nivel centro escolar. Creo que los pocos lineamientos ya están en documentos que la SEP ha ido emitiendo de mayo a la fecha, hablando de la alternancia de estudiantes en función de la capacidad de las aulas y trabajando en priorizar el desarrollo socioemocional y los contenidos más significativos del grado. También uno de los documentos de SEP sugiere, sobre todo para Primaria, el trabajo en estrategias interdisciplinarias. Creo que esta es una sugerencia muy valiosa no solo en el marco de la pandemia, sino más allá de ella.
P: ¿Podrías por favor compartir un poco más sobre el rol del maestro en esta modalidad híbrida o combinada?
R: Creo que el rol del docente será mucho el de un diseñador de experiencias a la medida, buscando el mayor equilibrio posible entre acompañamiento y autonomía del estudiante. Los espacios de autonomía presenciales le podrán ayudar a diseñar la alternancia en el apoyo de quienes estén a distancia. En las estrategias a distancia, seguir afinando nuestra habilidad para diseñar experiencias autogestivas, aprender mucho de diseño instruccional.
P: También podría ser, que en lugar de ser híbrido o escalonado, podría ser para los alumnos que por cuestiones personales o económicas no se pueden conectar a una clase en línea, o simplemente que no tiene los medios, son a los que se les debería dar la prioridad, para brindar las clases presenciales y a los que se conectan se les puede dar un día por semana para dudas o reforzar lo que ven en clases en línea, para así dar prioridad a los niñ@s que no han tenido la oportunidad de estar en una clase virtual.
R: El ejemplo que describes es una posible estrategia de modelo híbrido organizado con un criterio diferente, pero muy válido. Creo que esta puede ser una buena estrategia en centros que atienden a poblaciones con mucha disparidad en contextos y necesidades. Este tipo de estrategias requieren liderazgo de la dirección para que la comunidad apoye una estrategia diferenciada.
P: Considerando que la mayoría de las escuelas públicas tienen poco acceso a tecnologías y la comunicación es totalmente asincrónica, pero también tienen los peores espacios ¿valdría la pena dar clases debajo de un árbol, si fuera necesario?
R: Pienso que sí. Cualquier cosa que ayude al desarrollo de una persona, y más de una niña o niño, vale la pena. Lo que no valdría la pena es reunirnos abajo de un árbol sin un plan, sin una intención clara.
P: ¿Cuál consideras la mejor estrategia para Preescolar?
R: Sin duda esta es la pregunta más difícil de todas. Por más que nos esforcemos, en esta etapa del desarrollo de los niños es fundamental la mediación del adulto. Quizá suene radical, pero desde mi punto de vista no hay estrategia posible sin esa mediación. En este nivel, maximizar en lo posible los tiempos de acompañamiento presencial y seguir trabajando en el apoyo de las familias cuando las niñas y niños tengan que estar en casa.
P: ¿Qué tanto atrasa a los niños la educación 100% en línea? ¿Es mucho el rezago?
R: Es difícil dar una respuesta general. Tres variables clave que debemos considerar para responder esto. 1. Etapa de desarrollo del estudiante: a menor edad, menores posibilidades de aprendizaje autónomo y mayor probabilidad de rezago si no se ha conseguido acompañamiento desde casa. 2. La capacidad que haya tenido la escuela y el docente para diseñar estrategias adecuadas y mantener retroalimentación sobre las evidencias de aprendizaje. Sin este elemento, es difícil saber si existe rezago o no. 3. El papel de la familia, las condiciones de aprendizaje en casa. La escuela es un espacio que democratiza al menos algunas condiciones en el aprendizaje de los estudiantes. Al estar cada uno en casa, se pierde el control de variables importantes. Un entorno seguro, estable, donde las circunstancias de la familia permiten acompañar a los niños, reducen el grado de rezago.
P: Hay menores que se han adaptado mejor a las clases a distancia que otros, probablemente por su estilo de aprendizaje. ¿Qué recomendarías para abordar la educación a distancia, de manera que se atienda a las diferentes formas de aprender de los niños?
Será importante revisar qué significa que se han adaptado a ese formato. En muchas ocasiones es una adaptación que responde a criterios de comodidad o posiblemente a que en casa encuentran condiciones de seguridad que no sentían en la escuela presencial. Las estrategias dependerán mucho de conocer cada caso. Un elemento que no podemos perder de vista es: ¿qué aporta la educación presencial a las y los estudiantes? ¿Qué hace que merezca la pena que asistan a la escuela quienes se sienten mejor a distancia? Una clave está nuevamente en encontrar qué tipo de aprendizajes funcionan mejor en cada modalidad y diseñar las experiencias más valiosas posibles para los estudiantes. En cada etapa de desarrollo hay cosas que se sacrifican con la educación a distancia. Toda decisión pedagógica implica costos: aprender algo siempre implica que se pierde otra cosa, aunque a veces no es fácil verlo. Nos toca crear las combinaciones que permitan los mayores logros y las menores pérdidas.
Cierro esta entrada con una pregunta que me han hecho mucho en las semanas y días recientes: ¿es momento de regresar a las escuelas? No hay respuesta general. El regreso es urgente, de eso no tengo duda. Hace un año que impulso la necesidad de planear adecuadamente ese regreso. La realidad hoy es muy distinta entre localidades y escuelas, tanto en infraestructura básica como en el estatus de la pandemia. La autoridad ha delegado la decisión a las escuelas y sus comunidades educativas, sin aportar los suficientes elementos para una decisión responsable. Esta mirada de “sálvese quien pueda” y que cada quien resuelva con sus medios, es peligrosa por muchas razones. Se seguirán profundizando desigualdades, se corren riesgos de salud y se mantiene la vulnerabilidad socioemocional y de salud mental. Hoy se dice a nuestras escuelas, sometidas por décadas a un sistema autoritario, que tienen autonomía para decidir. Ojalá seamos capaces de ejercer responsablemente esa autonomía.