Cada vez con más frecuencia percibo en el sector educativo un desánimo que, si bien es doloroso, resulta comprensible. Está claro que estos meses no han sido fáciles para nadie. Mientras escribo esto, en México y otros países de Latinoamérica las escuelas están por cumplir ocho meses cerradas para niñas, niños y adolescentes, quienes siguen explorando las posibilidades de un aprendizaje remoto de emergencia. Posibilidades que, hay que decirlo, en algunas escuelas han podido evolucionar y fortalecerse, mientras en otras, sobre todo en contextos menos favorecidos, siguen siendo una quimera que se intenta suplir con transmisiones de televisión.
El creciente desgaste y el cansancio de los actores involucrados en el proceso ―estudiantes, docentes, familias―, tensan interacciones, aumentan temores y alteran expectativas. El distanciamiento social derivado del cierre de escuelas, aún con las tecnologías digitales cuando se tienen, ha sido un obstáculo para la conversación y el encuentro presencial que enriquece las relaciones. Y la escuela es un complejo tramado de relaciones.
En las últimas semanas he tenido oportunidad de conversar con estudiantes, docentes y líderes de equipos, confirmando que el desánimo aumenta; incluso en personas que suelen ser optimistas frente al futuro, enfrentan dudas e inquietudes con más dificultad. Sin embargo, los docentes y directivos son mesurados al manifestarlo. Se respira cierto temor de que los demás se den cuenta de su desmotivación y les juzguen o descalifiquen por falta de vocación.
Y es que no podemos ignorar que, al menos en el caso de México, las autoridades se mantienen en la lógica de romantizar la enseñanza a distancia, celebrando públicamente el esfuerzo de quienes se mantienen al frente, aunque en los hechos no se les brinden condiciones para enriquecer la labor. La política de ceder las decisiones sobre el regreso a las aulas a un semáforo que no depende de la autoridad educativa, ha resultado tremendamente cómoda para esa misma autoridad, que lleva meses presumiendo sus estrategias emergentes sin aprovechar ese valioso tiempo para armar planes e intervenciones de mayor impacto en colaboración con el profesorado.
Así, como seguramente sucede muchos otros sectores, docentes y directivas padecen cada vez más la autoexplotación, ese peligroso síntoma de nuestros tiempos analizado por Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. Sentir cansancio o desanimarse es hoy un pecado inadmisible para quien ejerce la docencia.
¿Qué hacer frente a esto? Pienso que el primer paso es reconocer nuestras emociones, para después trabajar con ellas. No sugiero que nos resignemos al desánimo, pero sí que nos demos permiso de experimentarlo cuando nos invade. Trabajando conscientemente en nuestro interior, encontraremos una palanca valiosa frente a la adversidad. Personalmente, nunca como ahora había experimentado tanto la fuerza de las lecciones que Viktor Frankl nos heredó a partir de su experiencia en los campos de concentración: incluso frente a las más adversas condiciones, es posible encontrar sentido. No solamente es posible: encontrar sentido resulta imprescindible para la supervivencia.
Desde esta mirada, apunto tres pautas que pueden contribuir a mantener el ánimo, sin idealizar el difícil momento que atraviesa la educación en estos momentos.
– Reconocer los límites. Frente a las dificultades resulta ineludible reconocer que todos tenemos limitaciones. Reconocerlas no para someternos resignadamente a ellas, sino para desde ahí explorar otras posibilidades y, sobre todo, buscar el encuentro con otros que pueden ayudarnos. También la realidad impone límites: para no caer en la autoexplotación es importante reconocer que hay variables externas que no controlamos. Nuevamente, no pretendo con esto invitar a la resignación, sino a tratarnos a nosotros mismos y a los otros desde una mirada compasiva, solidaria, que permita el encuentro y la construcción compartida.
– Recuperar el sentido. Cuando nos damos permiso de reconocer cómo nos sentimos, desde dónde estamos experimentando las cosas, es más sencillo conectar con las preguntas esenciales, aquellas que nos impulsan, que nos movilizan. ¿Por qué en algún momento apostamos por la educación? Recuperar el sentido de nuestra tarea, recuperar nuestra vocación, ofrece un nuevo punto de partida para preguntarnos qué sí podemos hacer desde el escenario en que nos encontramos.
– Crear sinergia. Debemos comprender que no estamos solos. A veces cuesta trabajo, no solo por el distanciamiento impuesto por la emergencia sanitaria, sino porque hemos vivido mucho tiempo inmersos en una cultura individualista que mira con sospecha a la cooperación. Hoy, más que nunca, las personas dedicadas a la educación debemos conversar y ampliar nuestra mirada. En el ámbito institucional, eso significa provocar encuentros con nuestros equipos para escuchar y crear a través del diálogo. Significa también mirar más allá de nuestras propias escuelas, buscar eco en colegas de otras instituciones e incluso otros sectores, crear vínculos locales pero también más allá de nuestras regiones.
En mi entrada anterior escribí que ampliar la mirada es posiblemente una de las oportunidades más poderosas que nos ofrece el complejo momento que atraviesan las escuelas. Mencionaba ahí que recientemente viví dos experiencias que me ayudaron a confirmarlo. Relaté una y dejé pendiente la segunda, que ahora refiero brevemente.
A finales de abril, Xavier Aragay y el equipo de Reimagine Education Lab lanzaron una iniciativa para los equipos directivos de escuelas que están trabajando procesos de transformación educativa en diferentes países del mundo. Nacieron así los Círculos RIEDUSIS, con participantes de México, Argentina, Uruguay, Ecuador, Portugal y España.
En la sesión celebrada hace unas semanas, tuve oportunidad de escuchar experiencias y testimonios de centros y redes de escuelas que exploran ideas para enfrentar la crisis, en el marco de las restricciones sanitarias propias de cada país. Quizá la lección más importante que encontramos en esta enriquecedora sesión, fue que aún en medio de la crisis existe margen para hacer cosas. Escuelas en todo el mundo están haciendo experimentos no solo para propiciar y fortalecer aprendizajes en los estudiantes, sino también para reimaginar la relación con las familias, la formación del profesorado o el acompañamiento del desarrollo socioemocional de niñas, niños y jóvenes.
Ciertamente las limitaciones propias de cada contexto pueden facilitar o no ciertas cosas, pero no debemos perder de vista que el margen existe, aunque a veces no es claro a primera vista. Me parece que si nos detenemos a reconocer nuestros límites particulares y recuperar el sentido vital de nuestra misión, podemos encontrarnos con otros y crear la sinergia necesaria para ampliar las fronteras de nuestras intervenciones.

Si piensas que estas reflexiones pueden ayudar a alguien, no dudes en compartirlas. Y si tienes alguna propuesta o idea que puede impulsar a otros, anímate a dejarla abajo en un comentario.
¿Cómo conservar el ánimo sin idealizar la adversidad? Algunas ideas; reconocer nuestros límites y explorar los márgenes para actuar.
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Mi estimado Ernesto. Te saludo.
Eres del equipo. Reflexión, sin romantizar.
Excelentes notas para celebrar y degustar con la esperanza, que a veces asoma su amplia falda.
Dr. LEA-V
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Querido Ernesto,
En un mundo lleno de paradojas nos has, una vez mas, retado a pensar en el sentido de nuestra labor educativa, de nuestra tarea en el proceso de adoctrinar, inculcar, transmitir, culturizar, dominar o de educar; en la finalidad y los medios del proceso, en los sujetos de la educación.
Quimera,utopía, dislate, son conceptos que aparecen recurrentemente cuando nos planteamos conseguir peras del olmo. Tratar de educar vía tv o internet sin mas que la transmisión de contenidos, puede entenderse como último recurso de un sistema que prioriza lo político sobre lo académico. La doctrina por encima de la educación.
Sería ingenuo soslayar la dimensión política de la educación por ello es necesario poner al centro la reflexión filosófica, para problematizar, para ofrecer pistas en la definición del “deber ser” de los procesos y medios en la educación.
Por eso, suscribo tu idea de pensar en los límites, reconocerlos, buscar y ampliar márgenes y miradas, para que “el hacer” no sea solo una respuesta emergente, sino que sea un procedimiento fiable, por lo menos razonado y reflexionado, en torno al sujeto de la educación. Un proceder validado en la obtención de metas reales, en un proceso que es desde la médula, un proceso dinámico, que aplica para si y para los protagonistas, la constante del cambio, que es posible entre la definición de los límites y la ampliación de márgenes.
Gracias por el desafío.
Saludos cordiales
Emilio Rovelo Meyrán
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