Pensar y construir futuros mejores

“Hacemos el balance de lo bueno y malo, cinco minutos antes de la cuenta atrás.”

Nacho Cano, “Un año más”

Para muchas personas de mi generación (y probablemente también de otras), las líneas de este éxito del grupo Mecano son un tópico ineludible cada año en estas fechas. Y aunque la canción tiene ya más de treinta años, a mí me sigue emocionando y me acompaña en los recuentos y balances que casi religiosamente me armo bastante antes de los cinco minutos previos a la cuenta regresiva de fin de año.

Es claro que ningún sector o ámbito escapan de la sacudida que ha vivido el planeta desde que a finales de 2019 empezamos a hablar de un virus que, contaban entonces, habría salido de un mercado en donde a alguien le había caído mal una sopa de murciélago. Más allá del origen (que con un poco de suerte conocerán y explicarán mejor las futuras generaciones), hoy es indiscutible que al mundo entero le ha ido cambiando la vida.

Aunque dos años parecen eternos cuando pensamos en los encierros, el uso de mascarillas, el desarrollo de vacunas y las incontables variantes del virus, en realidad son poco tiempo para hacer un balance definitivo de su impacto en nuestras vidas. En el sector educativo hemos vivido una sacudida cuyos efectos a mediano y largo plazo todavía resulta difícil comprender. Hay quienes intentan medir en términos económicos el innegable rezago académico y el aterrador abandono escolar; aunque invisible todavía para muchos obnubilados entusiastas de los avances tecnológicos, la profundización de brechas y desigualdades a diferentes escalas ensombrece el panorama para millones de niñas, niños y adolescentes; la fiesta digital no da tregua y se ve lejos el día en que comprenderemos las consecuencias de la plataformización y la fe ciega en los algoritmos (no solo en el campo educativo, por cierto).

Pero a pesar del tsunami (y quizás un poco gracias a él), doy un vistazo a este 2021 y encuentro poderosas razones para pensar que hay esperanza. A mitad del año escribí en este mismo blog un texto donde, con cierto desánimo, me interrogaba sobre lo que parecía una oportunidad perdida para cuestionarnos sobre el sentido de la educación (y particularmente el sentido de las escuelas y universidades) a la luz de la sacudida global. Unos meses después, intentando ser optimista frente al inicio del nuevo curso, escribí sugiriendo que aún estábamos a tiempo para reaccionar y repensar la ruta que, a largo plazo, realmente devolviera valor a nuestras instituciones.

A finales de octubre Carlos Magro publicó en su blog un texto que exploraba brillantemente estas cuestiones, describiendo a la educación post pandemia como una educación para construir futuros. Con su característico estilo coral, Magro teje un esperanzado texto en el que, citando a Carlos Fernández, Olga García y Enrique Galindo, nos recuerda: “Es cierto que educamos para comprender la realidad, pero comprender la realidad no significa adaptarse a ella, sino ser capaces de tomar distancia para poder discutir lo que hay que cambiar.”

La reflexión publicada por Carlos Magro abre con una referencia a Henry Giroux, quien escribe: “Lo que ofrece la esperanza es la creencia, simplemente, de que son posibles diferentes futuros”. Me gusta esta idea para resumir mi balance de 2021. Desde mi convicción con respecto a esta esperanza crítica, escribo estas líneas agradeciendo a las instituciones, equipos y docentes que a lo largo de este año confiaron en mí para acompañarles en algún trayecto de sus caminos y confirmar que podemos pensar y construir futuros mejores. Agradezco inmensamente las horas que compartimos imaginando y diseñando experiencias, dialogando y reflexionando a través de formaciones presenciales y en línea, explorando y construyendo en procesos de acompañamiento.

Con frecuencia me invade cierta dosis de pesimismo cuando pienso en todo lo que nuestras autoridades educativas y muchos equipos en escuelas y universidades están dejando escapar. Me duelen profundamente las celebraciones irracionales en torno a indicadores que poco o nada tienen que ver con la experiencia vital de nuestras infancias y juventudes. Me desconcierta que el cumplimiento de metas y números impida a tantas personas comprender que nos estamos jugando el futuro, dejando escapar una oportunidad irrepetible para impulsar auténticamente el desarrollo de nuestras niñas, niños y jóvenes. Tarde o temprano habrá que pagar esa factura pero hoy, en nuestra ingenua visión cortoplacista, a muchos les importa poco.

Consciente de ese dolor, celebro y valoro la apuesta de instituciones y docentes que, colectiva o individualmente, han encontrado en esta crisis una oportunidad para replantearse las cosas, poner en duda sus creencias y prácticas, enfrentarse a sus miedos y a los de muchas familias, resistiendo o al menos reflexionando frente a la tentación de las salidas fáciles.

Ha sido una dicha encontrar docentes y equipos directivos que, colectivamente o desde la apuesta individual, se han propuesto cambiar los ejes de la conversación en sus aulas e instituciones. No es sencillo: transformar con profundidad exige mirar alto y lejos, resistir frente a las inercias y modas; demanda humildad, valor y fortaleza. Seguramente no todo ha resultado como quisiéramos: no tengo duda que hay todavía muchos problemas por resolver y los seguirá habiendo. Pero, ¿justifican esos retos que nos quedemos de brazos cruzados?

Viene a mi mente un fragmento de Ernesto Sábato en La Resistencia, libro publicado en los albores de nuestro siglo XXI: “Ésta es una hora decisiva, no para este o aquel país, sino para la tierra toda. Sobre nuestra generación pesa el destino, es ésta nuestra responsabilidad histórica.” Veintiún años después de haber visto la luz, este llamado resuena en mi interior con más fuerza que nunca.


Honrado por la oportunidad que me han dado en este, mi primer año como autónomo o formador independiente, dedico esta entrada a las instituciones que me han invitado a sumar en sus proyectos, a las maestras y maestros que participaron en las formaciones en línea que ofrecí durante verano y otoño, y a los equipos y personas con quienes he tenido oportunidad de compartir y gestar nuevas aventuras y experiencias.


Instituciones con quienes emprendimos proyectos de formación y acompañamiento durante 2021.


Equipos con quienes tuve la oportunidad de participar en diferentes iniciativas y que han colaborado conmigo en la consolidación de este proyecto.

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